Para un segundo.

Detente. Paraliza tu vida. Ahora busca un sitio agradable, tal vez un banco, un banco en una gran plaza en el centro de tu ciudad desde la que puedas ver el ajetreo del mundo sin que te afecte. Un banco en el que te abracen esos rayos de sol tan mágicos que salen de su escondrijo tras dos horas de intensa lluvia. Un banco con un paseo y césped a los lados, rodeado de charcos y desde el que veas caer las gotas de rocío de los árboles, e incluso sientas caer alguna que otra sobre tu cabeza. Acomódate en él, haz todo lo necesario para estar perfecto. Tómate tu tiempo. ¿Ya?
Ahora cierra los ojos, escucha el canto de los pájaros y desecha cualquier otro sonido que contamine tu serenidad. Respira profundamente y vuelve a sentir esos rayos de sol. ¿No te dan ganas de sonreír?
Bien, ahora ya estás listo. Te he contado mi secreto para hacer un paréntesis y observar con detenimiento el mundo que te rodea. ¿Te das cuenta? Claro, nadie se da cuenta excepto tú. Ahora caes en la infinidad de cosas que pasas por alto: podrías contar la cantidad de gente que fuma que pasa ante ti, contar cuantos llevan zapatos rojos y cuantos los llevan negros, fijarte en el cabello canoso de un anciano y en los primeros pelitos de un bebé. Podrías escuchar el sonido de los tacones de una mujer y contar cuantos pasos da hasta que dejes de escucharla, o contar cuantas personas pasan de largo y cuantas te miran ( y aquí te darás cuenta de que realmente nos creemos el omblido del mundo, cuando el mundo tiene 6000 millones de ombligos). Incluso podrías fijarte en la escena tan bonita que forman una hoja seca y una paloma en el mismo charco de agua de lluvia, y en el caminito de huellas que deja esta última.
No es nada difícil, ¿no te parece? Y a mi parecer, es algo beneficioso. ¿Por qué? Bueno, dímelo tú mismo.